Cada día vemos un sin número de personas; algunas conocidas como el abuelo algo peculiar que tiene mil y una historias que contar; el primo molesto con el que es difícil convivir; el maestro injusto con el cual, por más que te esfuerzas, no puedes obtener una buena nota; el amigo con el que puedes pasar horas hablando sin aburrirte; el que solía ser tu amigo, pero que ahora miras con rencor porque traicionó tu confianza; y también muchas otras desconocidas como el chofer del camión el cual te trató con rudeza; el vecino que no hace nada más que tomar todas las noches, poniendo su música a todo volumen, lo cual no te deja dormir; el compañero de clases que consideras presumido y arrogante por lo que ni lo saludas; el albañil que se sienta al lado tuyo en el camión, que, por su apariencia y olor, lo menosprecias.
Y a veces es tanta la gente que vemos que nos olvidamos que cada una de ellos son más parecidos a nosotros de lo que creemos y que un día éramos nosotros como ellos, estábamos lejos de Dios, ya no recordamos que también tienen sentimientos, pensamientos y anhelos, que cada uno de ellos en verdad necesitan del Padre; porque más que un profesor injusto, es alguien que necesita de la paz de Dios; más que un chofer amargado, es un hombre que necesita de la alegría que sólo Dios le puede dar; más que un vecino borracho, es alguien que necesita de la gracia de Dios; más que alguien que solía ser tu amigo, es alguien que necesita del amor del Padre; más que un muchacho arrogante, es un joven que necesita conocer a Jesús; más que un obrero, es un hombre que necesita aprender a descansar en Dios.
Pregúntate hoy, cómo miras a los demás
¿con tus ojos o con los ojos de Dios?, ¿con tu juicio o con el amor del Padre?.
Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.
Romanos 5:8
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